En los claroscuros del amor
tus brazos
y tus dedos
crecen y se alargan como algas
y tus piernas y pies se enroscan como
serpientes sedosas y ardientes.
Tu cara ya no es tu cara, sino la de aquel galante y arrojado actor moreno, con ligero mostacho y perilla, que acompañó a la nerviosa rubia hasta los mismísimos brazos de King Kong.
(todo es de época).
La piel de la chica se enciende y arrebola; la actriz quiere acordarse de algo pero su pendiente, de plata lunar,
se lo impide
una y otra vez.
Ella quiere que todos sus ancestros se sientan muy orgullosos de ella y que contemplen la escena desapasionados pero complacidos.
Él también.