Estábamos deseándolo los dos, y por fin encontramos el tiempo durante el Madrid-Chipre. A él le gusta, a mí no.
Le pedí que me atara a la cama desnuda y boca arriba: las muñecas al cabecero, los pies separados y también esposados a la cama; los ojos vendados y la boca sellada. El trato era dejarme así, maniatada, esposada, durante unos diez minutos, sola, pensando en mis cosas: en los niños jugando al balón, en las uvas tan hermosas que había comprado, en el maravilloso libro que tenía sobre la mesita de noche... La temperatura era perfecta, agradable. Cuanto más tiempo pasaba esperándolo más se me hinchaba y humedecía la vulva y más se me estremecía todo el cuerpo.
Pasaron los diez minutos acordados y entonces entró el. Me desató levantó los tobillos y me penetró primero muy despacio, muy dulce, y después sin concesiones, contundente hasta la misma boca del útero.
Pues gracias al partido tuve el mejor orgasmo que recuerdo; ¡de algo tenía que servir!