sábado, octubre 20, 2007

13 rosas para don Jaime Mayor Oreja

Como casi todo el mundo sabe ya, trece mujeres muy jóvenes -siete menores de edad según la mayoría de edad de la época, los 21- fueron torturadas y fusiladas por la represión franquista en Madrid, el 5 de agosto de 1939, poco después de finalizar la Guerra Civil Española, junto a cuarenta y tres miembros más de las Juventudes Socialistas Unificadas, muchos de ellos y ellas también menores de edad. El abominable episodio fue recogido en el libro de Jesús Ferrero Las trece rosas (Siruela, 2003), en el documental de Verónica Vigil y José María Almela Que mi nombre no se borre de la historia, cuyo título es la última frase de una de las condenadas en una carta a sus familiares, en el libro Trece Rosas Rojas (no ficción) del periodista Carlos Fonseca (Temas de Hoy, 2004) y en otras obras literarias, periodísticas, artísticas y poéticas. Comentando esto con mi contrario, recuerda que él conoció a Carlos Fonseca al que llamaban cariñosamente "Fonsexy". Es precisamente en el libro de Carlos "Fonsexy" en el que se basa Emilio Martínez Lázaro para su película Trece rosas -recién salida del horno- que ha avivado el recuerdo de aquellos siniestros y criminales acontecimientos en todo el centro del "debate" o polémica en torno a la llamada memoria histórica.

Últimamente no estoy demasiado metida en novedades cinematográficas -bastante tengo con la música, las letras, el AMPA, ¡me han hecho presidenta!, el nene, tocar, etc.-, pero el nombre Martínez Lázaro me trae solamente recuerdos de comedias agradables acerca de camas (Amo tu cama rica, El otro lado de la cama, Los dos lados de la cama, etc.). Pero cuando vi el reparto escogido para sus Trece rosas, pensé: ¿pero por qué ponerlas a todas tan monas y glamourosas si las trece rosas originales eran mujeres normales, no modelos de alta costura? (lo que no quiere decir que no fueran hermosas). Pero, como no soy malpensada, y la idea escogida por el cineasta me parecía genial y muy acertada para ciertos sectores políticos pro-amnésicos que sufrimos actualmente -véase Mayor Oreja, por ejemplo, quien, pese a llamarse así, parece no tener oreja ninguna-, pensé entonces: - pues lo habrá hecho para que el público, que a veces es un poco romo, empatice mejor con los personajes y el impacto sea mayor. Pero, a tenor de lo escrito por el cinerudito Carlos Boyero ayer viernes en EL PAÍS, tampoco así lo ha conseguido! (Tan cierto como endeble, era el título de la crítica de Boyero). Bueno, sigo pensando, en mi ingenuidad: lo importante es intentarlo, abrir vías y sentar precedentes!

El asunto de la memoria, tanto histórica como personal, es muy peliagudo y muy delicado. Personalmente, no aguanto a los/las que repiten siempre: -Olvídalo, todo pasa, nada tiene importancia, y una larga letanía o rosario cuyo objetivo es, en realidad, que se recuerde, o se olvide, lo que a ellos/as les viene bien. Así, mientras la Iglesia se apresura a beatificar en Roma, el próximo 28 de octubre, a cuatrocientos noventa y ocho mártires de su cuadrilla -y eso no parece molestar a Mayor Oreja y compañía-, se critica el afán de memoria y justicia histórica de los otros sencillamente porque les resulta desagradable y desequilibrador. ¡Ay, el famoso equilibrio, en torno al cual se mete tanta basura debajo de la alfombra!

Y ahora, como tengo que salir corriendo al local de ensayo, creo que voy a rubricar, de momento, con el siguiente comentario, relativo a otro tipo de memoria histórica, que me hizo un taxista de Madrid el otro día. Hablábamos, no sé por qué, del infausto 11M, cuando él sentenció:

- La ETA, Al Qaeda... ¡Y qué más dará quién haya sido si ya están todos muertos!

Sin palabras.

¡Saludos!