L A MUJER SALVAJE.
1.- Despeluchamiento.
Quitar los pelos a la mujer salvaje, a la loba.
Despeluchen, en primer lugar, las piernas e ingles de la mujer salvaje, esto es: arránquenle sin piedad su manto natural y, si desea una mayor sofisticación aún, rasúrenle el pubis para que quede todo pinchoso.
Las mujeres NO pueden tener vello en las axilas, ¡es horrible!; posiblemente, un pecado mortal de primera magnitud.
- Pues claro, es antiestético y antihigiénico...
- ¿Y los tuyos, so guarro?
- Bueno, en los hombres queda... varonil, pero en las mujeres, machorro.
- Anda, ven, que te voyadecí lo que opino; ¡zas¡ zarpazo a la yugular y asunto concluido (voy a enjuagarme la sangre; ¡uy, qué rica es!).
Una vez bien despeluchadita la loba pueden, si lo desean, peinarla, permanentarla, perfumarla con aromas distintos a los suyos propios, pintarrajearla, ponerle unos trapitos y unos lacitos rosas y... ¡voilá! Ahora tiene usted un inofensivo y estúpido caniche en lugar de una mujer. Puede sacarla de paseo, pero poco; presentarla a un concurso de belleza; hacerle cucamonas diversas; presumir de lo arregladita que va, y -¡muy importante!- controlar enormemente sus ciclos naturales y cópulas, no se le vaya a preñar.
Es importante saber que la mujer salvaje asoma de nuevo la cabeza de forma muy insolente e incontrolable en cada embarazo, así que mejor... esterilícela; ¡esterilice a la perrita y esterilice a la loba, hombre, esterilícelas!; ¡pida ayuda al cura más próximo si usted no sabe aún cómo hacerlo!
2.-De compras.
A la sociedad patriarcal no le interesan demasiado las lobas, lógicamente; así que la industria, controlada hoy aún mayoritariamente por hombres (cuanto más “arriba”, más hombres), no fabrica ropa para lobas sino para corderitas, caniches y conejitas.
- Oiga, por favor, deme una lustrosa y GRAN capa de loba feroz.
- Lo siento, señora (¿?), sólo tenemos trapitos mal cosidos y ajustados para corderitas, caniches o conejitas; pruebe en FEAS, MACHORRAS Y GORDAS UNIDAS, ahí en la esquina.
- Pero, amable señorita ardillita, ¿es que no ve usted que yo no soy ni fea ni machorra ni gorda y, lo más importante, que no estoy UNIDA?
- Mire, señora (¿?), yo no puedo hacer más, y además ¡está usted muy caduca!
- (¡Zas! Zarpazo en la yugular y salgo trotando con el hocico todo ensangrentado; ¡uy, qué rica está esta ardillita tan mona¡).
3.- El cinturón de seguridad.
3.- El cinturón de seguridad.
El cinturón de seguridad del automóvil le cae a la mujer loba justo a la altura de los generosos senos; ¿es para estimularla sensualmente y así se sienta más vi-va mientras viaja en coche? No, es porque el estándar está fabricado a la medida de los hombres.
4.- Amor y cortejo.
Ilustremos los modos amorosos y de cortejo de la mujer salvaje o loba por contraste con los de la mujer domesticada:
a) La mujer caniche.
Primera regla y muy importante: la mujer caniche y sus compañeras, la mujer cordera y la mujer conejita, han de ser pequeñas y, si no lo son porque la naturaleza ha sido cruel con ellas, al menos parecerlo (puede una agacharse, exhibir una postura o actitud de “siento mucho ser hermosa y fuerte”, etc.). Esto es muy lógico; los hombres saben así que, por muy farrucas que se puedan poner y muy mujeres que sean alguna vez, podrán con ellas aunque sólo sea por inexorables leyes de la física.
En pos del sacrosanto objetivo de la pequeñez o, en muchos casos, de la desaparición total, la mujer doméstica puede autoeliminarse de hambre, rebanarse partes enteras del cuerpo (menos las tetas, que son para uso y disfrute del hombre) y contraer extrañas enfermedades letales (anorexia, vigorexia, bulimia, depresión...) por miedo y vergüenza de su propio cuerpo natural. Un hombre se suicida por no tener dinero; una chica por tener "demasiados" kilos.
Cuando quiere ligar, la mujer caniche se arranca los pelos meticulosa y muy dolorosamente, se hace ricitos y cosas así, se pone cuatro tonterías y se deja ver por el hombre para que este exclame: ¡qué mona!, y quizá se la quiera llevar, para lo cual éste le pone los arreos y un abriguito ajustado y ridículo para que realce su hambrienta figura.
b) La mujer cordera.
¡Es tan mona e indefensa! La mujer corderita transmite al sexo opuesto el mensaje: soy buena, soy cariñosa, cocino muy bien, casi nunca hablo; ¡uy, qué dulce soy! Me podrás tener en casa como a un ángel del hogar, como al reposo del guerrero que nunca te discute y siempre te reafirma en lo guapo, inteligente y hombre que eres; criaré a tus hijos como soles, porque tu noble estirpe merece descendencia en consonancia; te calentaré los pies en la cama; apenas comeré y apenas te pediré follar; te lavaré y plancharé la ropa; tendré ideas estupendas que me podrás copiar sin problema, etc., etc., etc.
c) La mujer conejita.
Como las anteriores, la mujer conejita es pas-iva y asustadiza. Si busca pareja, por imperativos de la naturaleza, fundamentalmente, adoptará actitud de cebo; pondrá toda su carne “en el asador” y, con continuados y extraños movimientos de pelo, ojos, labios, senos, manos, piernas, nalgas, dejará caer la idea de “follo como dios”, “la chupo como nadie” y además “estoy disponible”; pero, eso sí, sin decir ni hacer gran cosa salvo dejar bien claro el pedazo de carne que es. A esta, si quieres, la puedes maltratar y mearle encima porque lo comprende, no le importa; ya se cobrará ella su parte a su manera.
d) La mujer salvaje o la mujer loba.
Esta irá despeinada (¿sabíais que todas las mujeres que lo pasan bien van despeinadas porque todo lo divertido despeina?) y sin depilar; no le da la gana. Se identifica también porque, evidentemente, no es pequeñita -y, si lo es, parece grande- y porque no sigue más modas que la suya propia. Otra cosa; no se calla nunca; a veces habla... ¡hasta más que ellos! Pero no dice tonterías; es ingeniosa, audaz y muy leal. Si quiere ligar, la mujer salvaje puede ir hacia el objeto de su deseo y expresarle claramente y sin ambages que lo desea. La loba liga más que las demás porque no pierde el tiempo y lo intenta innumerables veces, y cuando no más, mejor; los hombres valiosos y sensibles suelen apreciar la sinceridad, el ingenio, la fuerza y la autenticidad por encima de otras cualidades más aburridas.