martes, marzo 27, 2007

Cosas

Mañana de martes, lluviosa pero no fría -¡bien!-, he decidido librar al peque del colegio -hay que hacerlo de vez en cuando, hombre- por él y también por mí, porque quería estar junto a esa belleza parlante y actuante que es el pequeño Marino.

Estoy bien frita, frita y con patatas, por una serie de factores acumulativos, como siempre pasa. Mi madre me pidió ayer que le hiciera una instancia para pedir la incapacidad de mi padre -quienes me conocen sabrán por qué- pero me negué a hacerlo; no porque me cueste trabajo o no esté de acuerdo, qué va, sino porque yo esperaba, cuando ella me pidió que habláramos, un planteamiento de solución global al problema, al problema que ocasionó, por ejemplo, que la última vez que comimos juntas me dijera, aquejada de una dolorosa ciática, medicada -sonada- y llorando, que él la quería matar, que matarla era el único o principal objetivo en su vida. Y esas cosas son las que simplemente ni quiero ni puedo oír ya más pues he rebasado ampliamente mi cupo de pesadillas en ese sentido. Así que no sé, ni entiendo, cómo un simple papel o instancia puede arreglar en algo esa situación para que no se vuelva a repetir...

Yo sé lo que necesito; salir, salir y salir y bailar, bailar y bailar y diversión, diversión y diversión. Y tocar, tocar y tocar. Pero a cierto taruguillo, miembro del grupo, le ha dado por hacer comparaciones estúpidas y odiosas acerca de la mayor o menor "técnica" de unos y otras y me han entrado ganas de mandarlo al fútbol, porque gran parte de las estupideces competitivas de los tíos y demás les vienen de ahí, del fútbol. He observado en mi niño y sus amigos varones cómo su temprano interés en el balompié tiene en ellos, y en los mayores también, claro, mucho que ver con la necesidad de identificarse de alguna manera con los otros machos, con otros varones, con otras personas de su mismo sexo, al igual que las mujeres también suelen buscar modelos femeninos en las revistas -cómo son las otras, cómo visten, cómo se maquean, qué novios o casas tienen, cómo se arrancan los pelos o se rebanan la nariz o las carnes, etc.

Odio la competitividad, y mucho más en el ámbito de la creación. Cuál es mejor, cuál es peor... Menuda soberana estupidez. La competitividad mata el talento y la creatividad, que no son más que pequeñas y frágiles florecillas que pueden contraer una neumonía ante un simple e inocente soplido.

Buen día,

Alicia XXX