Hola, queridos y queridas. Todo el mundo que haya estado allí sabe que la costa de Almería -también el interior- es muy peculiar, desgarbada, semidesértica, agreste, desnuda y dura. Yo, sin embargo, le encuentro mucho encanto a esas colinas o llanazos picados de vegetación arisca, pinchos y piedrolos diversos debajo de o en torno a los cuales me consta que hacen su agosto -y su julio- una miríada de insectos y arácnidos de todas las hechuras posibles y un buen puñado de reptiles que yo respeto y admiro pues me consta que fueron los primeros aventureros en esta bola de locos de atar que es el planeta tierra, y eso desde luego merece reconocimiento y respeto (¡ay, si pudieran hablar nuestro idioma!). De repente, recuerdo paseos interminables, al amanecer o al atardecer, por esos terruños pelados que están mucho más vivos de lo que parece.
Pero luego el mar; este mar -en Vera, Almería- huele a mar porque estamos ante un playazo bien grande y bien abierto y no de una mariconada de cala recoleta y semiestancada, por ejemplo. Para mí no hay nada en el mundo como el olor, el sabor y el tacto de mi gran amigo y protector el mar. La arena no es finísima y dorada como en San José, por ejemplo, pero el gran animal marino está aquí bien despierto y bravío -bandera amarilla o roja la mayoría de las veces- y hablar con él, piropearle, preguntarle y remontar sus divertidísimas olas coronadas de champán me hacen sentir como ninguna otra cosa en el mundo. Su masaje constante, suave pero firme, sus susurros como de cadena que se arrastra, su inconfundible y finamente mineralizado aroma, sus besos en todas partes... Amo, ADORO el mar.
Vera -me gusta el nombre porque se parece a mi maravillosa canción "La Verdad", que hemos canturreado allí a menudo- nos ofrece además otras varias ventajas; la primera y fundamental, por la que nos decidimos a ir allí por primera vez, que NO HACE FALTA EL PUTO BAÑADOR NI NINGUNA OTRA HUMILLANTE PRENDA DE VESTIR EN TODA LA ZONA, incluidos supermercados, restaurantes, bares, etc., con lo cual la fusión con la glamourosa naturaleza circundante es total e integral. Daros cuenta que la ropa no hace en realidad más que trocear al ser humano, pues hay zonas que hay que ocultar obligatoriamente -culo, pechos en el caso de las mujeres, genitales- y otras que no -manos, cabeza, brazos...-. Así que hala, troceados vivos como el ganao pa´comérselo (no sé cómo no os da vergüenza, de verdad; a mí ya me resulta hasta insultante tener que calzarme un simple traje de baño para vivir en MI planeta). Además, os aseguro que la gente, de todas las edades, hechuras, nacionalidades, que practicaba allí el naturismo, como nosotros, se vuelve más amable, civilizada, humilde, agradable... Son como de otra pasta, de verdad, y desde luego mucho más libres y valientes que los putos y aburridos textiles.
Otra ventaja que tiene esta zona -aparte de la legendaria luz mediterránea, el clima, el mar, el naturismo, etc.-, por lo que estamos ahora sobre la pista de comprar algo allí si podemos, es que aún no le ha dado al Julián Muñoz de turno por edificar a lo alto y a lo bestia, con lo cual, de momento, la playa sigue estando muy despejadita y salvaje y las construccíones que se ven detrás y alrededor son sólo urbanizaciones de chalecitos y bungalows que no suelen superar las dos alturas.
Los/las tenderos/as, camareros/as y lugareños/as son muy amables y salaos, como la mar, aunque también se aprecie aún cierto punto de subdesarrollo común a otros lugares de Andalucía azotados por un sol inclemente y carnívoro que, si te descuidas, devora los sesos del más pintao.
Total, que lo hemos pasado muy bien y volvemos negros como conguitos.
CONTINUARÁ
Besos,
Alicia XX