miércoles, agosto 29, 2007

Los periquitos.

Y llegó el día en que nuestro hijo de cinco años anunció:

- Mamá, papá, ¡¡quiero un pájaro!!

(fase "largas")

- Pero nene, ¿tú sabes la crueldad que es tener un animalito encerrado entre barrotes?

- ¡Es como la cárcel!

- ¿No crees que es un poco deprimente verlo enjaulado todo el tiempo?

- Es un poco triste, ¿no?

¡¡¡Quiero un pájaro!!! ¡¡¡Quiero un pájaro!! ¡¡¡Quiero un pájaro!!! ¡¡¡Quiero un pájaro!!! ¡¡¡Quiero un pájaro!!! ¡¡¡Quiero un pájaro!!! (así, dieciocho veces más, sin titubear y a grito pelado). Y, si no, pues no como ni nada, ¡¡hala!!Su padre y yo nos miramos como les hemos visto hacer a los padres de Shinosuke (si no, ¿de qué íbamos a saber cómo se hace eso? ¡¡Gracias de nuevo al imperio nipón!!) y abundamos en la fase "largas", pero esta vez ya sólo para ganar algo de tiempo.

- Nene, es agosto y todas las pajarerías y tiendas de animales están cerradas....

- ¡¡¡Vamos a mirar en la guía y vamos a llamar!! ¡¡A llamar, a llamar, a llamar, a llamar, a llamar...!! ¡¡¡VENGA, VAMOS!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Comprendemos que hemos sido derrotados una vez más y averiguamos que hay una pajarería abierta en nuestro barrio que, al ser bastante popular y obrero, tiene más establecimientos abiertos en agosto que el barrio de Salamanca y otros.

En el momento en que Marino comprende que vamos a la pajarería –“pero sólo a mirar, ¿eh?”- sufre una inmediata transmutación en pelota que bota, bota y bota en todas direcciones haciendo graciosas cabriolas y grititos diversos y continúa así, sin parar, hasta llegar al establecimiento en cuestión.

Se trata de una tiendecita donde admiramos peces, ranitas, tortugas, conejitos, hamsters y...¡pájaros! Lo lleva una familia compuesta de padre, madre e hijo muchachote que parecen compenetrarse muy bien pues el padre dice:

- Los canarios cantan pero no son buenos para los niños...

El hijo:

-... porque se estresan y se mueren! (aquí comprendí que yo debía ser un canario, pues también canto y estoy a punto de morir de estrés!!).

La madre:

- Lo mejor para un niño pequeño son los periquitos porque son más resistentes...

El padre de nuevo:

- ...y además pueden aprender algunas palabras...

El muchacho:

- ...con mucha paciencia, eso sí

- ...Con mucha paciencia..., repite la madre.

Tenemos ante nosotros dos jaulas grandes repletas de periquitos arlequines de bonitos colores, vistosos y brillantes, largas colas y curvados y prometedores picos.

Marino se fija en uno de color amarillo –su favorito- y la dueña nos informa de que es un "machito" (sic). Por lo visto me corresponde elegir la hembra –por feminista- y escojo una de color predominantemente azul con muchos otros matices. ¡Qué rica es! (mis defensas hechas añicos).

Compramos también jaula –la más grande-, comederos, bebedero, alpiste, barritas de fruta con miel y volvemos a casa con un ser que ya no es un niño nunca más sino un puro remolino de brincos, giros, escorzos y desmanes varios (temo que nos detengan para comprobar si le hemos drogado o emborrachado).

Por el camino bautizamos a las aves; él se llamará Arturo y la dama, Cristina.

Una vez en casa la actuación de Marino gana en intensidad y me lo encuentro frente a la jaula hablándole a los pericos en estos términos:

- ¿Que cómo se hace una pizza? ¡¡Es muy fácil!! La sacas del congelador, la metes en el horno y... ¡¡ya está!! (grititos, giros de peonza, posturas tipo Nacho Duato....).

Y actualmente se encuentra ofreciéndoles un exquisito concierto de armónica con la interesada intención de que liguen lo antes posible (¡para comerse los huevitos!).

FIN