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Revista de verano: "Adelgazar sin dietas", un artícoolo de Luis Pita
Crecí oyendo hablar de kilocalorías, carbohidratos, féculas y grasas. Mi adolescencia transcurrió escuchando argumentos innovadores como que no hay que comer entre horas o que beber agua durante la comida engorda. Me fui haciendo mayor con la dieta de los astronautas, la dieta de la alcachofa, del plátano, alternativamente, pegadas con imanes de colorines en la puerta del frigorífico. Toda mi familia, desde que tengo este uso de razón, ha estado realmente obsesionada con adelgazar:
- "Claro, como tú no engordas...", argumentaban cruzando miradas de odio-envidia paterno-fraternales con las que me daban a entender que comer lo que se me antojara, a la hora que fuera, en cantidades desorbitantes, era una prerrogativa que me había sido concedida por algún ente superior que había dejado a toda mi parentela fuera de concurso por algún error cometido en alguna reencarnación anterior. Por lo visto yo había sido liberado de esta plaga bíblica: el exceso de peso. Yo pensaba entonces que estar tan preocupado por adelgazar era lo que más les engordaba.
Esta extraña exclusión de mi organismo de la genética de mi familia continuó así hasta que fui yo quien empezó con la vida sedentaria, las comidas a horas regulares, los pinchos de tortilla a mediamañana en un bar y a repantingarme delante de la tele por la noche. O sea, hasta que encontré un trabajo fijo, me fuí a vivir con la mujer que quería y empecé a hacer planes para el futuro.
Lo cierto es que esto duró lo que tenía que durar. Hay algo inexplicable en mí que me hace salir huyendo de las rutinas, incluso de las rutinas buscadas, planeadas o deseadas con ahínco. Un asunto de carácter, o de falta de carácter según yo mismo pienso en días autocríticos.
Una vez instalado en el sobrepeso todos los indicios auguran que no hay vuelta atrás. Los amigos cuando te encuentran por la calle te palpan la barriguita y hacen comentarios sarcásticos que en el fondo están diciendo "tú tampoco te has librado, perro" y se regocijan de que tu formes parte del club de la deformación occidental al que ellos pertenecen desde hace décadas. Una vez me compré un cinturón y, como le pedí al dependiente si me podía hacer algún agujero más hacia atrás de lo que era mi talla, me respondió "para qué, si siempre se engorda, nunca se adelgaza". Por lo visto que tu centro de gravedad se desplace hacia abajo en la vertical es signo de sentar la cabeza, madurar, ser una persona sensata que por fin se ha resignado a entrar en el redil de los corderos.
Bueno, pues resulta que no. Unos años después de haber ganado todos esos kilitos, sin gimnasio, sin más ejercicio del que he hecho siempre, sin comer menos, ni más equilibrado, sin dejar de beber cerveza, yo solo, en menos de dos años, he adelgazado diez kilos.
Hace unos días un amigo me preguntó sanamente, sin sorna ni envidia, cómo hacía para no estar gordo. Como su interés era sincero le conté mi fórmula:
- Tío, es bien fácil: enamórate locamente de una mujer que te trate como un perro, que te haga sufrir, que no quiera atarse a ti pero que quiera tenerte siempre a mano, que te engañe con otros pero que quiera que tú le seas fiel, que te haga estar esperando una llamada de telefono durante días y que cuando por fin venga te diga que te quiere mucho y después de follarte desaparezca otra vez una semana. Que cuente contigo para las mudanzas, traslados, compras en hipermercados, visitas a ikea (servicio posventa de montaje incluído), arreglar enchufes, colgar barras para las cortinas, programar aparatos domésticos, y en sus ausencias dar de comer a gatos o regar plantas, pero que cuando tenga su día libre salga con sus amigas, porque lógicamente ella también necesita expansionarse y si, además de irse sola de vacaciones o cuando viene un puente, te acusa de machista, posesivo y celoso, mucho mejor.
Algo que nunca imaginé que me podría pasar a mi: una obsesión. Un enganche irracional por un ser humano, aparentemente igual a cualquier otro, pero, a ser posible, con estas características, es lo mejor para adelgazar.
Este es mi secreto, amigo. Si quieres se lo cuento a tu mujer.