"Una mañana, Flora se aplicó crema contorno de ojos con tanta vehemencia que un poco de producto se le metió en el ojo. Casi inmediatamente, empezaron a brotar unos lagrimones del susodicho que, si bien al principio eran puramente cosméticos en su origen y etiología, pronto adquirieron un claro matiz existencial. ¿Por qué, por qué, y por qué?. Todas las pequeñas heridas, cicatrices, rasguños, rozaduras, lunares que tenía por el tibio cuerpo color canela encontraron la vía agropecuaria ideal hacia el ojo lloroso. Flora era guapa. No guapa estándar en el sentido que le daría Carlos, sino hermosa, sensual, rotunda en sus formas y atrayente como un imán. El ojo siguió llorando hasta cubrir todo su cuerpo y buena parte del suelo de gres. En cada lágrima viajaban una pena y un deseo, y de repente, cada deseo se transmutó
(- Marino, ¿qué te apetece hacer, cariño?
- Naaada, yo pensaba irme a una piscina segura... (¿?)
en un grande y fragante floripondio blanco, uno por cada persona, animal o cosa que la habían amado.
(¡Mami, si te comes esta galleta, te morirás, porque nadie se la ha comido antes...!)
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(¡Mami, esta galleta sí que es de verdad, porque tiene magia!)
Y así es como se escribe un cuento a medias con un crío de cuatro años.
Flora se fue al gimnasio mientras consideraba seriamente demandar al fabricante, pues en el tarrito ponía: hipoalergénico".
FIN