martes, diciembre 05, 2006

"Al fin sola, al fin loca".

Es el título de una canción de Christina Rosenvinge. Esta chica nunca me cayó bien del todo; ¿habría algo de envidia? Seguramente sí, pues yo la veía monísima, en el sentido más estándar (pelo muy largo, rubia, delgada, con cara de muñequita y de extranjera) -mi novio, no obstante, dice que su novia, o sea yo, está mucho mejor- y además lleva tocando en bandas (Ella y los Neumáticos, Alex y Christina, Christina y los Subterráneos, etc.) toda la vida de dios; sus padres son inglés/danesa, o al revés (bonito, ¿eh?) y encima va y se casa -y procrea- con un interesante y atractivo escritor (Ray Loriga) y es cuñada de otro (Benjamín Prado). Y, por si fuera poco, sale en algunas películas y se va un tiempo a vivir a Nueva York. ¡Ay, la pelusa, pelusa! Una sola cosa enturbia este imponente CV; ¡¡es amiga de Coque Malla!! ¡horror! (yo es que a este Coque Malla no lo aguanto mucho, la verdad). Hace bien poco me apercibí de que la Rosenvinge está participando en "cosas" y conciertos de mujeres, tan denostados ellos (hace falta valor, hace falta valor...) y además llegó a mis oídos el título de la canción que encabeza este post (de su disco "Mi pequeño animal") que reproduzco a continuación porque me viene muy bien como base de unos comentarios que quiero hacer acerca del tema de la locura asociada a la mujer.

"Al fin sola, al fin loca"

Con las veinte uñas de mis veinte dedos
pintadas de rojo sangre
me he sentado en el porche unas cuantas horas
esperando que algo cambie
el tiempo está hecho
de agujeros negros
que te atrapan, te devoran
y te escupen contra el suelo
llevo un anillo de lata
y una soga por collar
mi prometido me espera al otro lado
yo le tengo que encontrar
he clavado 27 alfileres
a un santo en la florida
he vuelto sin pisar raya
sin doblar ninguna esquina
pon flores salvajes en mi pelo
y un lobo a los pies de mi cama
pájaros blancos en mi pasillo
sombrillas en mis ventanas
mis viejos sueños han caducado
como una botella de leche
los nuevos se han perdido
sin que nadie los aproveche
los chicos de las sombras
afilan sus cuchillos
y yo voy a dar una vuelta
por las calles torcidas del centro
solo quiero un par
de pequeñas puñaladas
que me recuerden que aún estoy viva

al fin sola, al fin loca
al fin sola, al fin loca
al fin sola, al fin loca

Letra: Rosenvinge
Mùsica: Rosenvinge/Jordan

Los hombres, la sociedad, el status-quo, siempre han temido la pretendida "locura" de las mujeres. Todo el mundo sabe de sobra de los tiempos en que solían encerrarnos, tenernos bien controladas y a buen recaudo -en la cocina o "atadas a la pata de la cama"- en la casa del padre, o del marido, en internados y lugares para señoritas -como conventos- o en torreones, manicomios o la cárcel, directamente. El hombre ha temido siempre, secretamente, el ignoto, inmenso e incontrolable poder de la mujer y sus extraños humores y "veleidades" dentro de un enigmático universo de pócimas, sangre, placenta, leche, cambios hormonales al que ellos se han podido asomar, en ocasiones, pero que generalmente temen porque no entienden ni entenderán (¡no lo entendemos ni nosotras! Pero al menos los asumimos e interiorizamos, eso sí). ¿Algo más enigmático o imponente que nuestras menstruaciones, embarazos -absolutamente demenciales y fuera de toda lógica, por más que se empeñen en decirnos lo contrario- o la famosa, cierta e inextricable "intuición femenina", que no es más que magia pura y dura?

Bueno, pues toda esta -creativa, eso sí- melopea ha sido confundida con locura o brujería en muchas ocasiones y convenientemente "tratada", desde la sacrosanta autoridad masculina que impregna todos los ámbitos sociales y de poder, por mero afán de unifomar y despojar de "peligro" a ciertas actitudes y fenómenos, muy "irracionales e ilógicos", incomprensibles para nuestros compañeros (padres, maridos, hermanos, hijos, etc.), a los que nosotras, por otra parte, tanto amamos (muy tierna y sinceramente).

Vamos a intentar entendernos todos tal y como somos cada uno/a. ¡¡Y viva la diferencia!!
Besos, Alicia XXX