Por Miguel Pérez de Lema
Leo esta mañana en Soitu (junto a Periodista Digital, lo más estimulante en cuanto a nuevas formas de periodismo internetil), leo, digo, un notable artículo sobre la aprobación del uso de LSD para enfermos terminales en Suiza. Suiza tenía que ser, patria del bueno de Hoffmann.
La investigación, en resumen, viene a tratar de evitar el miedo a la muerte mediante la expansión de la conciencia del viaje psicodélico. Se trata de conectar al agonizante con Dios (llámelo como quiera cada cual, yo prefiero no dar rodeos) como paliativo del sufrimiento, en vista de que el sufrimiento de la agonía tiene mucho que ver con las limitaciones del yo, con su rigidez y su materialista apego a sí mismo.
Dicen, también, que van a tratar con psicoterapia de preparar a los agonizantes para que no se vayan de este mundo en medio de un “mal viaje” -¿descenso al infierno?-. Y que habrá doctores especializados en guiar por el camino luminoso al agonizante hacia el otro lado. Es decir, en Suiza, S XXI, la sanidad pública va a tener chamanes en plantilla. ¿Y si les dieran ayahuasca?
Aquí vamos por delante, a nuestra manera, con el doctor Montes del Severo Ochoa.
Finalmente, parece que los médicos suizos han seguido el ejemplo de Aldous Huxley, el primer y mejor divulgador del LSD, quien pidió a su esposa que le pusieran un buen chute en el momento final. En esta entrevista se puede ver a la adorable ancianita explicando la cara de paz de su marido al morir con las puertas de la percepción abiertas de par en par.