Quizá todo el mundo esté ya al tanto, a estas alturas, de ciertos hallazgos biológico-sociológicos en el sentido de que, mientras los hombres parecen relacionarse con el mundo básicamente a través del sentido de la vista (y así se pegan los patinazos que se pegan, por falta de profundidad, generalmente), nosotras lo hacemos más orientándonos por nuestro sentido del oído y del olfato (de ahí el tópico de que ellos miran los mapas mientras nosotras preferimos preguntar). De manera que, si uno se hace solamente, o en gran medida, un cuadro general basándose primordialmente en lo que ve (de ahí la desmedida importancia, para ellos –tradicionalmente- del físico: unas buenas tetas, un buen culo, una cara bonita, etc.) pues, como es evidente, se va a quedar en la superficie y es bastante posible que luego surjan problemas de entendimiento. La voz, sin embargo, proporciona mayor cantidad de datos “internos” que inevitablemente salen a la superficie tales como el tipo de carácter, lo que se dice –claro- y cómo se dice, e incluso la dosis de testosterona del “contrincante” en cuestión; es decir, dice bastante más acerca de su personalidad, “virilidad”, pensamiento y emociones. A eso súmale nuestro agudísimo sentido del olfato –normalmente, de nuevo-, no para comprobar si el pavo huele bien o no, que también, sino para captar la naturaleza de las feromonas que despide, factor de suma importancia a la hora de calibrar la compatibilidad “amorosa” de los posibles amantes. La voz de un pavo, su caja de resonancia, su calidad, su manera de vibrar y hasta sus armónicos, unida a otros factores como su mandíbula o quijada –también la mirada, por supuesto-, sus manos, sus piernas y su culo, ya que el paquete, desgraciadamente, no suele estar bien visible, conforman los elementos en los que, según estudios, nos fijamos primordialmente las mujeres a la hora de un posible cortejo.
Aparte de estos interesantes hallazgos, he podido saber de otros que ya intuía pero que luego he visto “científicamente” corroborados. El más importante, crucial y definitorio de ellos, en lo que se refiere al carácter, preferencias, habilidades y prioridades de hombres y mujeres es el descubrimiento de que nosotras somos, sin duda, más empáticas, lo que revierte, claro, en un mayor interés por lo emocional, por las relaciones y comunicaciones afectivas y por el establecimiento de ricos lazos tanto familiares como amicales, vecinales, o psico-sociales en general. A lo visto, nosotras sentimos más, tanto lo nuestro como lo de los demás, aunque sea remoto, y, si bien esto nos proporciona una enorme y valiosa cantidad de información acerca del mundo, del entorno, y de nosotras mismas también nos hace, claro, más sensibles y vulnerables (de ahí la mayor incidencia de depresiones y trastornos afectivos en niñas, adolescentes, adultas y ancianas). No os resultará sorprendente tampoco, creo, el hecho de que los hombres, en contraste, suelen relacionarse con otras personas básicamente para hacer cosas (trabajar, jugar al fútbol, etc.) pero muy rara vez para hablar de “problemas” o asuntos emocionales que, en todo caso, sólo mencionarán, normalmente, de forma más esquemática y quizá hasta algo desapasionada; pero no esperes que se extiendan demasiado acerca de un asunto emocional, del tipo que sea, ni que quieran profundizar realmente en las causas y posibles mejoras y soluciones.
Ojo, que no estoy diciendo que una cosa sea mejor o peor que la otra; más bien quiero dejar de manifiesto que hombres y mujeres somos maravillosamente complementarios y también quisiera rogar a los caballeros –y a las damas que lo ignoren- que sean sensibles a estas diferencias para que nuestras relaciones sea aún mejores y más productivas. Porque nosotras -y nuestra forma ser, ver, escuchar y hasta “olfatear”- también somos insustituibles. ¡Y mucho!
Abrazos, Dra. Alix XXX