martes, noviembre 20, 2007

El otoño según Knut Hamsun (de "Hambre", Noruega, 1890)

Estoy sentado en el banco escribiendo una veintena de veces 1848; escribo esta cifra del derecho al revés y de todas las maneras posibles, esperando que me venga una idea aceptable. Una nube de vagos pensamientos revolotea en mi cabeza, y el ambiente crepuscular me hace sentirme abatido y sentimental. Ha llegado el otoño y todo está a punto de entrar en estado de hibernación; las moscas y otros animalitos han recibido ya el primer aviso, arriba en los árboles y abajo en la tierra se percibe el sonido de la vida en lucha, vibrante, palpitante e intranquila, obstinada con el fin de no perecer. Todos los seres del mundo reptil se mueven una vez más, asoman sus cabezas amarillas por el musgo, levantan las patas, exploran el camino con sus largas antenas y se desploman de repente, se dan la vuelta y se quedan con la panza hacia arriba. Cada planta ha adquirido un aspecto distinto con el leve soplo agonizante de la primera helada; las briznas de paja se levantan pálidas hacia el sol y las hojas caídas silban por la tierra con un sonido que recuerda a gusanos de seda en movimiento. Es tiempo de otoño, plenitud del carnaval de lo perecedero; las rosas tienen infectado su rubor, un maravilloso y febril resplandor recubre su color rojo sangre.