domingo, julio 30, 2006

Los WHO el pasado jueves en Madrid, ¡con pasión!

Amigos: al final, Dani consiguió desliarse un poco y aquí está la sabrosa crónica que esperábamos. Que os guste.

Jueves 27 de Julio de 2006. Palacio de los Deportes de Madrid.

"Fue entrando por la puerta del Palacio de los Deportes, a una hora escasa del concierto, cuando me di cuenta de que iba a ver a los Jú. No me había permitido el lujo de pensarlo hasta entonces. Puro miedo. Cualquiera que tenga un mínimo conocimiento de la historia del rock o de los acontecimientos artísticos de relevancia del siglo XX sabe que en un determinado momento (momento que según la opinión de cada uno puede durar meses o años), los Who fueron la banda más grande sobre un escenario. Pero de eso hace mucho. Dejarse llevar por un exceso de expectativas podía ser nefasto. Con el grupo reducido a la mitad, y los dos únicos supervivientes originales bien instalados en la sesentena, no eran tantas las probabilidades de asistir a un gran concierto, como las de meterse entre pecho y espalda una decrépita verbena, una decadente caricatura sacacuartos, un patético remedo de glorias pasadas, la profanación de un clásico. Había muchas razones para no asistir a la cita, y sólo una para hacerlo: los Who tocaban en la ciudad. A toro pasado, ya podemos proclamar sin asomo de vergüenza lo que ni el más cínico podría negar: el primer concierto que los Who dieron en España (¡42 años después de su debú en directo!) fue a-co-jo-nan-te.

Oficiaban de teloneros Casbah Club, el grupo de Simon Townshend, el hermano de Pete (muy bueno a la guitarra y entregadísimo en escena). El bajista es nada menos que Bruce Foxton, a quien siempre es entrañable ver sobre las tablas luciendo su eterno mullet y esa cara de plástico imperturbable al paso de los años. Después de quince años de activa militancia (tocando y componiendo) en los clásicos del punk irlandés Stiff Little Fingers, parece que Bruce echaba de menos el formato trio y los aires modernos de su primera banda (los Jam). Sin ser nada del otro mundo (las canciones parecían bastante anodinas, la verdad), derrocharon ganas y buen hacer.

Puntuales (a las diez estaban anunciados), y envueltos en una ovación futbolera, salieron por fin las estrellas. Inauguraron la noche con Can't Explain, la primera canción que firmaron como The Who, y probablemente mi número favorito de los ingleses. ¡Qué torrente de vida comenzó a fluir por mis venas viendo a Rogelio y a Pedrito en tan envidiable forma física!. Ese riff machacón y taladrante (mil veces fusilado por los Clash, entre otros muchos) sonó sucio y poderoso y despejó cualquier duda acerca de la posible senectud de los oficiantes. No suspiramos de alivio porque estábamos gritando la letra. Encadenada con Can’t Explain llegó la no menos vibrante The Seeker, otro de sus rokanroles más simples y directos, pero fue a la tercera (un delicioso Anyway, Anyhow, Anywhere) cuando aquello empezó a sonar a gloria y la evidencia se hizo patente: íbamos a asistir a algo MUY grande. Who Are You terminó de convencer al más reticente de que la garganta de Roger Daltrey no ha perdido fuelle, y Behind Blue Eyes (No one knows what is like to be the bad man, to be the sad man…behind blue eyes) puso la carne de gallina a la mitad de la audiencia. A esas alturas del partido el abajo firmante flotaba de gusto sobre las gradas del Palacio de los Deportes, pellizcándose para comprobar que aquello no era un sueño. Hubo dos temas nuevos: Real Good Looking Boy, una especie de homenaje a Elvis que no sonó mal, y Mike Post Theme, algo más floja. Los muy zorros esquivaron toda queja alternándolas con dos de los momentos más emocionantes del recital: después de la primera, Pete Townshend, acústica en ristre, se marcó él solito un Drowned de antología. Y tras Mike Post Theme, sonó la preciosa Baba O’Riley, con todo el pabellón gritando Teenage Wastelaaaaand, only teenage wasteland. Inmenso. Naked Eye dio paso al momento más prescindible de la noche (a juicio de un servidor), con Love Reign O’er Me, el corte que clausura “Quadrophenia”. Se la hicieron bien, y no es que me parezca un mal tema, pero habiendo tantísimas maravillas en su repertorio para elegir, no parece la más acertada para tocar en directo; qué no hubiera dado por escuchar en su lugar I’m Free, Pictures Of Lily, I Can See For Miles, o, ya puestos a soñar, Boris The Spider, Armenia City In The Sky o Long Live Rock. Recuperaron el pulso del bolo con ese temazo que es You Better You Bet (¿la última gran canción compuesta por The Who?), y la empalmaron sin previo aviso con la mítica My Generation, que desató la histeria y hasta el pogo, y que acabaron diluyendo en un final de improvisaciones y desarrollos raros de esos que tanto le gusta a Pete meter de vez en cuando. Pero el climax de la velada, con el grupo en estado de gracia, fue el final: We Won’t Get Fooled Again, probablemente la mejor canción de los Who, que me dejó con un serio ataque de euforia, y las lágrimas asomándome por los ojos. En ninguno de los directos que tengo del grupo sonó el bramido que suelta Mr. Daltrey al final del tema, con la fuerza con la que lo hizo esa noche.

Cuando se fueron del escenario, mi acompañante y yo nos miramos con incredulidad. ¿Había sido para tanto? ¿O es que era tal el miedo a que el acontecimiento fuese una provecta fanfarria que cualquier cosa bien hecha nos habría dejado satisfechos?. Llega el bis: The kids are alright, Substitute y Pinball Wizard. Así, de golpe, una tras otra. Sin anestesia. Se van. La gente se revienta las manos aplaudiendo, más por gratitud que esperando otro bis. ¿Qué más se les podía pedir?. Algunos, con una tonta sonrisa de felicidad cruzándoles la cara, empiezan a levantarse de sus asientos. Pues no. Hay más: Amazing Journey (Sparks) y See Me Feel Me. Pete Townshend, visiblemente satisfecho, se encara a la audiencia y escupe: “We will be back”.

Sí, fue para tanto. Yo salí del Palacio de los Deportes como Tommy: sordo, mudo, ciego y gilipollas, después de haber presenciado uno de los diez mejores conciertos que he visto en mi vida. Sin duda. Con ese repertorio la partida está ganada, pero fue la banda lo que marcó la diferencia entre un buen concierto y una noche única. La sección rítmica más añorada del rock, es insustituible, desde luego, pero Zak Starkey es un digno sucesor de Keith (y un músico muy superior a su padre, Ringo), y Pino Palladino, sin llegar ni a la suela de los zapatos al entrañable The Ox, también se curra la página. Hay un hijo de Pete Townshend en la banda, como guitarrista de apoyo. Y un teclista, del que desconozco el nombre. Pero son los auténticos Who, Roger Daltrey y Pete Townshend, quienes cortan el bacalao. El primero, en perfecta forma, cantando como los ángeles y haciendo malabarismos con el micro, como siempre. Y Pete… lo de Pete es otra historia. No se trata sólo de uno de los guitarras más imaginativos y personales de la historia de la música, no es que tocase como un dios esa noche. Es LA PASIÓN, amigo, LA PASIÓN. Era ver a ese hombre arrancando notas y riffs a su instrumento, con una fuerza y una energía que pocos músicos (de cualquier edad) pueden exhibir. Era verlo dando saltos, haciendo sus característicos molinillos y rasgando las cuerdas con el mismo brio que cuando tenía veinte años. Lo recordaré toda la vida".

Mortaja