El acantilado era muy alto, plano y pedregoso. El mar curvilíneo rompía hasta que las brumas borraron el paisaje a lo lejos. Respiró la última brisa salina que pasó, dio media vuelta y volvió hacia el camino que llevaba a su árbol. Las huellas de sus pisadas quedaban detrás de sí en la tierra húmeda. Al oír que las hierbas del costado se movían, zigzageantes tras el paso de una serpiente, se detuvo agachándose y afinando sus sentidos. La dejó marchar sin más y siguió su camino, reina y señora de sus tierras, hasta su árbol.
Sus hijos la vinieron a recibir, alegres y juguetones. Como tenían un hambre voraz, se abalanzaron todos a la vez para ver qué traía de rico. Cada uno de los pequeños tiraba para conseguir una buena tajada de las delicias traídas por la madre. De vez en cuando, ella se enfadaba y parecía decir: "¡Déjame acomodarlo al menos!". Cuando la madre lo permitió, comieron a sus anchas hasta quedar llenos como un globo. Los cuatro críos estaban tan repletos, que no les quedó más remedio que tumbarse a descansar. Feliz de haber alimentado a su prole, subió muy ágilmente al arbol, olió el aire, se estiró satisfecha y siguió, como siempre, ese ritmo pendular que la caracteriza. Barrió con su mirada la vasta planicie de su territorio hasta llegar a donde yacían sus pequeñuelos, durmiendo unos encima de otros en revuelta armonía. Antes de dejarse llevar por el sueño, bajó para estar aún más cerca de sus cachorros, acomodándose a la sombra del árbol, se recostó sobre su brazo izquierdo, dejando así a sus cuatro vástagos delante de su vientre, para protegerlos de todo mal, como madre pantera que es.
Cuento fusilado de http://www.mundolatino.org/rinconcito/cuento22.htm.
Me ha gustado. ¡Moito obrigada!
(M) Alicia (Cool) XXX. Muy buenos días a todos y a todas.